UNIDAD

Era y soy, un infinitesimal punto dorado.

Especie de esfera virtual.

Luz pura, brillante, iridiscente.

Ecuánime resplandor, bruñido cual visos de pétalos de oro.

Lejanas sutilezas, construidas con las sustancias que dan los brillos a los recuerdos.

Me desplazaba inquieto en perpetua quietud por el mismo universo que yo era.

El espacio y el tiempo, entidades desconocidas por falsas e ilusorias,

ni tan siquiera podían rozar el infinito punto adimensional que era, y que soy.

Inesperado, el fragor de un rayo vibrante, atravesó la espesura de mi indemne vacío.

Punto rojo, zigzagueante vibración que explotó como fotones gigantes de luz,

esparciendo su recorrido con un trayecto de escarlata sonoridad.

Imprevisto y repentino, eternamente fugaz e imperecedero, se clavó en un pequeñísimo punto de la aparente e ilusoria esfera, impregnando con su matiz los dorados infinitos.

Era tan solo una mínima fracción de casi nada, con la duración de una billonésima de cronon, una infinita pequeñez de un tiempo de Plank.

¡No! aún más pequeño, aún más efímero …

No obstante, inexorablemente eterno.

Marcó el universo por ser y, al ser, siempre fue, y sigue siendo.

Diminutas e imperceptibles ondulaciones, minúsculas e invisibles fluctuaciones, ilusorios fotones, tal vez dos, tal vez tres …  quizás uno.

Su presencia súbita e indetenible, dejó una eterna estela roja en el universo de luz dorada que, perspicaz y fluyente, se percataba de su ineluctable existencia.

Ahora, ayer, mañana … siempre.

La brillante línea roja, se hizo inherente a la ilusoria esfera dorada que soy, y que todo, aparentemente, es.

No hay partes, linderos, separaciones o límites, todo lo que fue es,

y todo lo que es, no puede ya,

¡jamás! no ser, o ser nada.

Fugaz e imperecedera luz roja, que traza caminos en el propio universo que ella es.

Y, perpetua, la luz dorada cubre, arropa, cobija

el zigzagueante e inesperado carmesí.

Uno y otro universo son dos, por ser lo uno, que así se manifiesta.

Uno, como si fuera dos,

amor dorado de pátinas eternas, gualdas y granates,

sin ser color ni fluctuación, ni onda ni recuerdo,

sólo presencia siendo.

Y en la mente, la convicta memoria, cubierta de ilusorias remembranzas,

redime su esencia con el abrazo cómplice de un amor omniabarcante.

Punto de luz, único, flotante, cierto.

Esencia infinita de amor absoluto, sin imágenes, tan solo certezas,

sin las onduladas vacilaciones,

ni las esperas temporales cargadas de minutos o de siglos.

Vacío total, absoluto, lleno de todo, pleno,

abrazándose a sí mismo como el amor que se ama,

como el áureo universo que soy, y me contiene.

                                                                                       Héctor G. Gómez G.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *